Publicado por Joaquín Olona en Heraldo de Aragón, 24 de junio de 2015.

Paralizar de nuevo el embalse de Biscarrués, proyectado en el río Gállego, no contribuye necesariamente al bienestar del conjunto de la sociedad, es decir, al interés general. Al igual que los intereses económicos son particulares cuando los beneficios se circunscriben a un grupo social limitado lo mismo cabe decir respecto de los intereses ambientales cuando no están legitimados por la mayoría social.

Leer artículo completo.

Publicado por Joaquín Olona en Heraldo de Aragón, 31 de marzo de 2015.

Reducir el cultivo de cereales y otros cultivos de supuesto bajo valor económico en los regadíos, ta y como se propone desde el Observatorio del Agua de la Fundación Botin, es cierto que permitiría ahorrar agua. Un ahorro de un recurso que tenemos, el agua, a costa de perjudicar una fortaleza económica de la que carecemos.

Leer artículo

Publicado por Joaquín Olona en iagua 14-01-2015.

El pasado 7 de Enero, la Comunidad General de Riegos del Alto Aragón clausuró los actos de celebración del centenario de la Ley de 7 Enero de 1915, sobre riegos del Alto Aragón. Una ley que trascendió al ámbito estricto de su aplicación geográfica y que marcó un punto de inflexión en la gobernanza del agua.

Ver artículo en iagua

Leer artículo en .pdf

Publicado por Joaquín Olona en iagua el 25 de marzo de 2014.

En el mundo real, muchos de los problemas económicos, sociales y políticos se asemejan a los juegos, donde los resultados dependen de las decisiones que toman determinados agentes concretos (jugadores) actuando conforme a estrategias que tienen en cuenta la influencia conjunta de las decisiones propias y ajenas.

El ejemplo que se muestra, inspirado en el formulado por K. Madani (2010), reproduce el Dilema del Prisionero (A. W. Tucker, 1950), un juego que sirve de modelo para muchos de los conflictos del agua y de los recursos naturales (Carraro et al, 2005). Demuestra que el interés privado no necesariamente conduce al interés general. También, que la asignación eficiente del agua exige instituciones más complejas, avanzadas y descentralizadas que las que rigen el libre y simple juego de la oferta y la demanda.

Ver artículo completo

Ponencia de Joaquín Olona en la Jornada sobre Modernización de Regadíos y Concentración Parcelaria celebrada en Lanaja (Huesca) el 22-03-2014.

El ahorro de agua, en los términos absolutos y condiciones exigidas por la Comisión Europea para que la modernización del regadío pueda beneficiarse de las ayudas al desarrollo rural con cargo al FEADER, los Estados miembros y los particulares, no debe ser la razón para que los regantes la lleven a cabo y asuman las elevadas inversiones que conlleva.

Lo que justifica la modernización, la hace imprescindible y asegura su viabilidad económica, social y ambiental, es el aumento de la productividad y la eficiencia del trabajo agrícola  y del resto de los factores, entre ellos el agua, así como la reducción de la contaminación de los retornos de riego y la mejora de las condiciones de vida del regante.

Los estudios disponibles demuestran que la modernización es muy eficaz para el logro de los objetivos señalados, que no necesariamente se traduce en ahorros efectivos de agua a la escala que interesa (cuenca u subcuenca hidrológica). Porque  los consumos reales (agua evaporada) de partida en el regadío a modernizar siempre son una fracción del agua utilizada -tanto menor cuanto más baja es la eficiencia- y porque el aumento de producción exige, inexorablemente, más consumo (evaporación) de agua.

La modernización supone, por lo general, introducir consumos significativos de energía donde no los había. Es por ello que es preciso seleccionar con acierto la solución técnica a adoptar. Un uso más eficiente del agua a costa de la introducción de costes energéticos inasumibles para los regantes no es una opción.

Pero la modernización tecnológica no es suficiente. Para que el regadío pueda afrontar los retos de la gobernanza del agua es preciso desarrollar nuevas normas y reglas específicas  que antepongan la acción colectiva, la cooperación y la descentralización a la competencia, el mercado y la intervención pública. Porque siendo el agua un bien económico, no es de naturaleza comercial sino común. Y porque no es ningún interés particular el que debe prevalecer sino el del conjunto de los usuarios.

Ver presentación

Exceptuar al agua de riego de la plena recuperación de costes sigue siendo una decisión política.

En el ámbito de la OCDE, la tendencia general vigente, es la reducción del apoyo público a la agricultura manteniendo diferencias muy acusadas en relación con dicho apoyo. Pero ninguno de los países desarrollados plantea eliminar completamente su ayuda a la agricultura, incluso en el caso de Nueva Zelanda, el miembro de la OCDE que más la ha reducido. Esta organización reconoce que la regresión de las ayudas observada durante los últimos años obedece más a la favorable evolución de los precios agrícolas que a la eficacia de las políticas aplicadas. Al igual que la OCDE la Organización Mundial de Comercio, no exige exactamente que se eliminen las ayudas agrícolas sino que se apliquen de forma que no distorsionen los mercados.

El pasado mes de diciembre la Unión Europea aprobaba el Marco Financiero Plurianual para el periodo 2014-2014, asignando una dotación de 373.179 millones de euros para el apoyo a la agricultura y el desarrollo rural (PAC). El pasado 30 de enero de 2014, la Cámara de Representantes del Congreso de los Estados Unidos aprobaba la nueva Farm Bill, con vigencia hasta 2019 y 1 billón (europeo) de dólares para apoyo a la agricultura y la alimentación.

Potencias emergentes como China o Brasil, con el cambio de siglo, cambiaron sus enfoques de política fiscal y agrícola. Dejando de considerar la agricultura como fuente de ingresos, que es lo habitual en los países menos desarrollados, pasaron a subsidiarla.

El apoyo a la agricultura y a la alimentación, es una decisión política que, en las democracias, se refleja en su corpus legislativo o, incluso, constitucional. Tanto el Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea, en su artículo 39, como la Constitución Española, en su artículo 130, manifiestan la voluntad de una acción pública a favor de la agricultura.

Establecida la voluntad política de que la agricultura sea objeto de apoyo público, surge la cuestión de cuál debe ser su intensidad y cómo aplicarlo. Un problema de naturaleza también política para cuya solución el análisis técnico tan sólo puede ofrecer un marco de reflexión.

Una herramienta de apoyo a la agricultura es la exceptuación de la recuperación de ciertos costes en los que incurre, como los asociados al agua

Una posible herramienta de apoyo a la agricultura, de hecho aplicada, es la exceptuación de la recuperación de ciertos costes en los que incurre. Por ejemplo, los asociados al agua.

El principio de recuperación de costes no es una ley natural ni un axioma incuestionable; tan sólo es un enunciado político. No obstante, la obligación de que dicha recuperación sea completa en el agua no figura, como tal, en ninguna norma comunitaria ni nacional. El artículo 9 de la Directiva Marco del Agua así como el Real Decreto-Ley 17/2012 de modificación del texto refundido de la Ley de Aguas aprobado por Real Decreto Legislativo 1/2001, de 20 de julio, sí que contemplan, por el contrario, la posibilidad de que ciertos usos puedan quedar exceptuados de dicha recuperación, siempre y cuando no se perjudiquen los intereses ambientales.

Exceptuar al agua de riego de la plena recuperación de costes, estableciendo el nivel concreto de la exención y su consiguiente imputación como ayuda pública, sigue siendo una decisión política. No obstante, se trata de un enfoque compatible con el marco legal vigente y con la política de apoyo público a la agricultura, resultando una solución razonable, justificable y muy recomendable:

  • El regadío es determinante para la seguridad alimentaria. Representando el 21 % de la superficie cultivada y el 12% de toda el agua evaporada por los cultivos, concentra el 40% de la producción agrícola mundial. El 35 % de la población mundial vive en zonas áridas donde la viabilidad de la agricultura depende del regadío. En el caso de España, el regadío supone el 13% de la superficie agrícola utilizada y más del 50 % de la producción final agraria.
  • En términos generales, la desfavorable situación de las rentas de los agricultores respecto de las del resto de los sectores y que justifica el apoyo público a la agricultura, hace que la capacidad de pago de las explotaciones sea muy escasa para afrontar aumentos significativos de los costes del agua actualmente ya repercutidos.

  • La elevada inelasticidad que presenta el agua de riego hace que los aumentos en los costes repercutidos deban ser muy elevados para que se traduzcan en reducciones significativas de los consumos. Tanto que, por sus efectos desfavorables sobre las rentas agrarias, no conducen al ahorro de agua propiamente dicho sino al abandono del regadío e incremento de las necesidades de ayuda pública al sector.
  • No obstante, la situación de la recuperación de costes de los servicios del agua en relación con el regadío presenta una elevada complejidad y variabilidad incluso dentro de una misma cuenca hidrográfica. No es descartable la existencia de situaciones en las que la recuperación del coste de los servicios resulte insuficiente y pueda aumentarse. Pero tampoco lo es el hecho de que los costes repercutidos puedan resultar desproporcionados en relación con el alcance y calidad de los servicios realmente ofrecidos que, en algunos casos, son nulos.
  • La determinación de los costes adicionales a los de los servicios del agua, es decir, los costes ambientales y los del recurso propiamente dicho, plantean problemas jurídicos, económicos y operativos de tal complejidad que los hacen inaplicables en la práctica.

Exceptuar al agua de riego de la plena recuperación de costes sigue siendo una decisión política

  • No es cierto que los precios resultantes de los mecanismos competitivos de oferta y demanda conduzcan siempre a la asignación eficiente de los recursos y menos todavía en el caso del agua de riego. Un recurso que, por su elevada rivalidad y dificultad de exclusión (naturaleza económica común), requiere de soluciones institucionales más específicas y sofisticadas que el libre mercado. Una lección que debería darse por aprendida en España atendiendo al reconocimiento internacional de sus Tribunales de Agua, Sindicatos de Riegos, Comunidades de Usuarios y Confederaciones Hidrográficas.
  • La contaminación de las aguas y las emisiones de Gases de Efecto Invernadero asociadas a la agricultura, particularmente al ciclo del nitrógeno, no pueden circunscribirse exclusivamente al regadío. También contamina y emite el secano. No obstante, por su carácter difuso, no está demostrado que la aplicación del principio de “quien contamina paga” resulte eficaz para combatir la contaminación y las emisiones agrícolas. Más bien, la realidad muestra que se trata de un principio inaplicable a la agricultura en la práctica.
  • Por tratarse de un mal de naturaleza común (elevada rivalidad y dificultad de exclusión), lo mismo que los riesgos agrarios o las plagas y enfermedades, la contaminación y las emisiones difusas agrícolas también exigen soluciones institucionales más específicas y complejas que los precios de mercado y las tasas o impuestos públicos. Unas soluciones que, al igual que en el caso del agua, deben basarse en la acción colectiva y en la cooperación así como en la capacidad para promover e incentivar la aplicación de buenas prácticas agrarias al tiempo que evitar la introducción de costes efectivos o de transacción desproporcionados.
  • Los costes no recuperados del agua de riego, junto con otros costes y beneficios que el mercado de los alimentos no reconoce, se traducen en beneficio de los consumidores finales que, en el mundo desarrollado, disfrutan de una alimentación segura y muy asequible pero que no pagan íntegramente.

Aceptar la exceptuación parcial de los costes del agua de riego no deja de ser más que el reconocimiento de una realidad que siempre ha estado vigente. Igualmente, la imputación del coste no recuperado con cargo a las ayudas agrícolas públicas es un enfoque ya adoptado y aplicado internacionalmente (indicador PSE de la OCDE). Sin embargo, su aceptación formal y operativa, su aplicación eficaz y efectiva así como el logro de los objetivos de eficiencia y sostenibilidad vigentes exige profundas innovaciones y avances institucionales. Un propósito totalmente acorde con el carácter inteligente, sostenible e integrador del crecimiento por el que apuesta la Unión Europea en su Estrategia 2020.

Ponencia presentada en la Conferencia Internacional sobre Modelos de Buena Gobernanza del Agua y Stop al CO2. Life Power Project. Logroño, 12 de Septiembre de 2013.

Siendo determinante la innovación tecnológica en el ámbito del uso agrario del agua y la energía, el verdadero reto es institucional. Los avances tecnológicos se producirán con toda seguridad, aquí o allá da igual puesto que se transfieren y adaptan con suma facilidad. Lo que no es tan seguro es que se produzcan los avances institucionales necesarios para lograr el uso eficiente del agua que, por ser específicos del territorio, no se pueden copiar.

Ver presentación

Por Joaquín Olona. Publicado en iagua 5 de junio de 2013.

 

 

El reconocimiento mundial de las soluciones institucionales españolas en materia de agua contrasta con la escasa valoración y atención que nuestra propia sociedad les viene concediendo durante los últimos tiempos.

A punto de que la propuesta original de creación de las actuales Confederaciones Hidrográficas cumpla su primer centenario y sin que tales instituciones hayan logrado desarrollar todo el potencial que concibieron sus creadores, la situación de la gobernanza del agua resulta tan preocupante como intolerable les pareció en 1913 a quienes promovieron el Primer Congreso Nacional de Regadíos de Zaragoza.

La Federación Agraria Aragonesa, preocupada por la situación a la que  estaban conduciendo las que a su juicio eran  injustificadas y exacerbadas campañas en contra de las obras hidráulicas y el regadío, el 28 de junio de 1913 acordó celebrar, en Zaragoza, un congreso en el que .

Entre los días 2 y 6 de octubre de 1913, en la entonces Facultad de Medicina y Ciencias, ahora Rectorado de la Universidad de Zaragoza-, se celebró el Primer Congreso Nacional de Riegos. Contó con 657 inscritos pertenecientes a 312 entidades de toda España y tuvo una enorme trascendencia.

Este primer Congreso puso en marcha un profundo debate que, junto con las sucesivas ediciones de Sevilla (1918), Valencia (1921), Barcelona (1927) y Valladolid (1934), influyó de manera decisiva en el desarrollo de las políticas hidráulica y agraria españolas de la primera mitad del siglo XX.

Pero el Congreso de Zaragoza de 1913 tuvo, por sí mismo, una importancia capital. Sobre todo por dos aportaciones que derivaron innovaciones institucionales de primer orden, la de Manuel Marraco y la de Félix Martínez Lacuesta.

El abogado y político aragonés Manuel Marraco –Ministro de Hacienda entre marzo de 1934 y abril de 1935-, en su ponencia “”, reclama la moralización de la política, la necesidad de remover los excesivos obstáculos existentes entre los legisladores y los ciudadanos poderdantes, la utilidad social e interés general de las obras hidráulicas, cuya realización debe ser confiada al Estado en cualquiera de sus manifestaciones, la exclusividad de las Comunidades de Regantes como concesionarias de tales obras así como la conveniencia de que los recursos naturales, cuya utilización conviene a la colectividad, sean exclusivamente explotados por la entidad política más directamente interesada.

Félix Martínez Lacuesta, abogado, político y bodeguero riojano, en su ponencia “” propone crear una entidad independiente que, representando los intereses más análogos de la cuenca del Ebro, aporte la fuerza y la inteligencia necesaria para ejercer una acción común encaminada a convertir en realidad las aspiraciones de carácter económico que previamente incluya en su programa. En concreto propone abordar el Plan de Riegos del Alto Aragón, que por su dimensión afecta a toda España, regularizar el caudal del Ebro mediante el Pantano de Reinosa, potenciar la producción hortofrutícola para su exportación a Londres y el Norte de Europa, desarrollar las redes de transporte y las estructuras comerciales necesarias para acceder a tales mercados, imponer la acción común para luchar contra las plagas del campo y reforzar la guardería rural ya que los frutos que son valiosos, por ser más apetecibles, necesitan de mayor vigilancia.

La ponencia de Martínez Lacuesta, al introducir la idea de unidad de cuenca y llamar a la implicación directa de todos los interesados en la gestión de los recursos, se considera el germen de las Confederaciones Hidrográficas. Así lo declara expresamente el padre de las Confederaciones Hidrográficas, Manuel Lorenzo Pardo tras lograr que el 5 de marzo de 1926 el Gobierno de entonces no sólo aprobara la primera Confederación Hidrográfica del mundo, la del Ebro, sino que, valorando el interés de la idea, aprobara ese mismo día otro RD por la que se autorizaba, con carácter general, la creación de tales entidades - Confederaciones Sindicales Hidrográficas- en el resto de las cuencas. Una aportación netamente española a la gobernanza del agua, de particular interés para los contextos hidrológicos en los que, sin regulación hidráulica, no puede disponerse de agua con la seguridad física y jurídica necesaria. Una aportación que enseguida empezó a extenderse por todo el mundo.

El reconocimiento mundial de las soluciones institucionales españolas en materia de agua contrasta con la escasa valoración y atención que nuestra propia sociedad les viene concediendo durante los últimos tiempos. Como también es escasa y muy insuficiente la atención prestada por las autoridades comunitarias, empeñadas en promover soluciones basadas en la competencia y el mercado. Y todo ello, a pesar de que los enfoques institucionales basados en la cooperación y en la acción colectiva, plenamente coherentes con aportaciones científicas más recientes, reconocidas incluso con el Premio Nobel como es el caso de John Nash (1994) o de Elinor Ostrom (2009).

Existen suficientes evidencias científicas, empíricas, históricas y culturales para poder afirmar que la asignación y uso eficiente del agua exige instituciones específicas que generen incentivos coherentes con los objetivos, anteponiendo la cooperación, la acción colectiva y la descentralización a la competencia, el mercado y la intervención pública. Consecuentemente, es preciso asegurar la participación efectiva y responsable de los usuarios y representantes de la ciudadanía, profundizando en la institucionalización de los procesos de negociación y concertación en los que debe traducirse la cooperación. Por todo ello, las Comunidades de Usuarios, la Confederaciones Hidrográficas y el principio de unidad de cuenca aportan fundamentos institucionales de gran valor, que permiten afrontar los retos del siglo XXI y ser referentes europeos si se aborda un proceso de impulso y desarrollo institucional coherente con las nuevas exigencias y necesidades.

Habiendo transcurrido un siglo desde que Félix Martínez Lacuesta aportara su visionaria idea de una gobernanza del agua basada en la unidad de cuenca y en la participación directa de los usuarios, es momento de promover un nuevo impulso institucional acorde con los retos del siglo X Partenariado del Agua del Ebro que, al igual que se hizo hace cien años, llama a defender su opinión a todos quienes deseen hacerlo, con la seguridad de que todos hallarán el merecido respeto.

Los objetivos ambientales que persigue la Directiva Marco del Agua no son abordables elevando las tarifas del agua. Sin embargo, sí que existen otros instrumentos alternativos más adecuados que contribuyen, además, al logro de otros objetivos complementarios.

La cantidad de agua utilizada en el mundo, con el crecimiento demográfico y de las necesidades asociadas, aumenta sin cesar empeorándose, además, la calidad de los  ecosistemas asociados.  Esto ha motivado una creciente preocupación y, también, que el agua se trate como un bien económico. Sin embargo, no es un  bien comercial, es decir,  no está sujeto a las leyes de la oferta y la demanda del mercado. Además, su consideración económica tampoco excluye otros valores de índole social y cultural que de hecho, también se le reconocen. Sobre este escenario, y con la preocupación de la mejora de la calidad ecológica del agua, se aplica la Directiva Marco del Agua (DMA).

Una de las novedades de la DMA es la referencia a los precios como posible instrumento para la mejora ecológica del agua. Hay quienes sugieren que la competencia entre los diferentes usuarios del agua llevaría al establecimiento de unos precios que optimizarían los usos, entre ellos el regadío que es el que más agua utiliza.  Pero este esquema es una completa ficción puesto que, como ya se ha dicho, el agua ni es un bien de mercado ni tiene sentido que lo sea.

La DMA plantea que el precio repercutido a los usuarios del agua, regantes incluidos, debería contribuir a la recuperación de tres tipos de costes: los financieros, los ambientales y los de los recursos en sí mismos. Los primeros hacen referencia a la amortización, mantenimiento y operación de las infraestructuras hidráulicas (embalses, canales y redes). Los segundos, contemplan  los costes asociados deterioro ambiental que provocan los usos.  Los terceros reconocen el valor del agua en sí misma.

El grado de recuperación del gasto público en infraestructuras  relacionadas con el agua, que suelen prestar múltiples funciones, no está suficientemente estudiado y, en la práctica, su determinación es bastante complicada. Sin embargo, y contrariamente a lo que suele decirse, los niveles de recuperación suelen ser bastante elevados; incluso pueden resultar desproporcionados si se tiene en cuenta la calidad del servicio recibido en relación con las necesidades de los regantes y su nivel de satisfacción.

Los cánones de riego y tarifas de agua que abonan actualmente los regantes se corresponden estrictamente con lo que la DMA llama costes financieros. La cuestión es si las cantidades repercutidas por este concepto son las adecuadas y si deben añadirse otras relativas a  costes ambientales y “de los recursos en sí mismos” tal y como propone la Directiva.

El ordenamiento jurídico español, en relación con el agua, tal y como señalan prestigiosos juristas, basa sus fundamentos en el principio de gratuidad. El hecho imponible está limitado a las infraestructuras hidráulicas y la aplicación de cánones y tarifas para la recuperación de los costes asociados a las mismas no contradice el citado principio de gratuidad. En cambio, sí que podría contradecirlo la aplicación de cánones y tarifas destinadas a la supuesta recuperación de los otros dos costes que propone la DMA: los de naturaleza ambiental y los de los recursos en sí mismos, cuya determinación, por otro lado, resulta de una enorme complejidad técnica que dista mucho de estar resuelta.

En cualquier caso debe tenerse en cuenta las características del sector agrario que, como es sabido, presenta notables insuficiencias en la remuneración de todos sus factores productivos, en particular el trabajo. La renta de los agricultores es muy inferior a las del resto de los sectores; por eso reciben subvenciones.

Pero además, el regadío, presenta otras muchas funciones económica y sociales, todas ellas de muy difícil cuantificación monetaria, pero de indudable interés general: el carácter estratégico de la alimentación, la diversificación productiva, la contribución al desarrollo rural y al equilibrio territorial, etc.

Siendo mucho lo que se desconoce, se sabe que la elevación de los precios del agua no necesariamente reduce los volúmenes utilizados por los regantes. Esto es lo que pone de manifiesto un reciente estudio llevado a cabo en Navarra que, de hecho, desaconseja la elevación de los precios del agua a los regantes de la Comunidad Foral. Siendo varias las razones pueden destacarse dos de ellas. La primera, que los precios actuales, siendo ya bastante elevados en relación con la capacidad de pago del sector y de la calidad de los servicios, contribuyen a un grado de recuperación de costes suficiente; la segunda, que el aumento de los precios, por encima de los niveles actuales, sólo serviría para reducir todavía más la renta de los agricultores. El Estudio recomienda profundizar en otras políticas tales como la mejora de las estructuras agrarias, sobre todo de las infraestructuras  hidráulicas y de riego, el desarrollo y promoción de las  Buenas Prácticas Agrarias, la mejora de la gestión de las concesiones de agua o la penalización del consumo excesivo de agua, cuando realmente lo sea. Se trata de instrumentos que pueden contribuir, además, a integrar los objetivos ambientales de la DMA con los que persiguen otras políticas públicas, entre ellas la propia PAC.

La agricultura, a través del regadío, es la responsable del principal uso del agua en el mundo. Como consecuencia de ello tiende a atribuirse a los agricultores costes y calificativos que no suelen corresponderles

La Huella Hídrica intenta valorar la cantidad total de agua necesaria para producir los bienes y servicios consumidos en un país o región. El agua que utilizamos realmente no sólo es la que bebemos o empleamos para lavar, limpiar, regar o generar energía. A estos usos directos del agua hay que añadir otros de carácter indirecto. Es raro el producto o servicio que no requiere agua para producirlo. Así, cuando consumimos prácticamente cualquier bien, también consumimos, indirectamente, el agua que se ha utilizado para obtenerlo.

Los usos indirectos hacen que las cuentas del agua no sean tan fáciles de hacer como pudiera parecer. Todavía se complican más si se tiene en cuenta que ni todo se produce donde se consume, ni todo se consume donde se produce. Importar o exportar es una forma de transferir recursos, incluido el agua, de un sitio a otro. Así con la importación y exportación de alimentos se transfieren también los volúmenes ingentes de agua imprescindibles para obtenerlos. El agua necesaria para producir kiwis en Nueva Zelanda o soja y maíz en Estados Unidos se utiliza directamente en dichos países pero, a través de las exportaciones, termina consumiéndose, indirectamente, en muchos otros sitios. Lo mismo que las frutas, hortalizas, cereales o forrrajes producidos en nuestros regadíos, que utilizan el agua de la Cuenca del Ebro pero que, en su mayor parte, terminan consumiéndose fuera de ella.

Según un artículo publicado en el nº 3.514 de la Revista de Obras Públicas, si nos limitamos a dividir el volumen total de agua directamente utilizada en Aragón entre el nº de aragoneses resulta que cada aragonés utiliza, anualmente, 4.428 m3 de agua. Si hacemos la misma cuenta para la Comunidad de Madrid y los madrileños, resulta que cada madrileño tan sólo utiliza 280 m3 anuales. A primera vista podría parecer, por tanto, que los aragoneses gastamos muchísima más agua que los madrileños ¿Es esto cierto? En absoluto. Si se hacen bien las cuentas y se calcula la Huella Hídrica, resulta que los aragoneses gastamos, incluso, menos agua (2.120 m3/habitante y año) que los madrileños (2.575 m3/ habitante y año).

Igual que no es cierto que Aragón, productor de alimentos (también hidroelectricidad) que se consumen fuera de la región, gaste más agua que los demás, tampoco lo es que los agricultores, por producir alimentos para otros, gasten más agua que los demás ciudadanos. Como ellos mismos insisten en decir, los regantes no gastan el agua, tan sólo la utilizan en sus campos para producir alimentos, que junto con otros bienes y servicios, consumimos todos.

En realidad, el agua no la gasta nadie, sino que la usamos todos. Con independencia de dónde y quién la use, el agua termina volviendo siempre a los ríos, a los acuíferos, a la atmósfera o al mar incorporándose, sin cesar, al ciclo hidrológico. Otra cosa diferente es cómo, cuánto y quiénes la contaminan al utilizarla o cuánto y quiénes deben pagar por limpiarla.

Los regadíos de Monegros II, situados al sur de la Sierra de Alcubierre, suponen la culminación del Plan de Riegos del Alto Aragón aprobado por una ley de 1915. Tuvieron que pasar 70 años desde la promulgación de esa ley para  que, en 1985, esta última fase del Plan se declarase de Interés Nacional y pudiera abordarse la transformación en riego de 65.928 has de secano árido. Pero habiendo pasado más de 25 años, y estando próximo el centenario de la Ley de 1915, ni siquiera se ha transformado la mitad de la superficie prevista. La causa del retraso no debe atribuirse, exclusivamente, a la falta de dinero, que nunca sobra. Hacerlo sería una simplificación excesiva que, además, impediría extraer lecciones útiles.

Publicado por J. Olona en la revista Montesnegros, nº 47. Diciembre 2011.

Descargar artículo pdf.

Congreso organizado por el Colegio de Ingenieros Agrónomos de Aragón, Navarra y País Vasco en el marco de la Feria Internacional de Maquinaria de Zaragoza (FIMA).

Conclusiones del Primer Congreso (2008)

Conclusiones del Segundo Congreso INNOVAR EN EL TERRITORIO (2010)

Conclusiones del Tercer Congreso COOPERAR PARA COMPETIR (2012)

Acceder a la web del Congreso

Ampliar el regadío no solo es esencial para mejorar la economía rural; también lo es para el uso eficiente del agua.

HOEKSTRA & MAKONNEN han publicado recientemente la “Huella hídrica de la humanidad”, que es la cantidad de agua utilizada para producir todos los bienes y servicios consumidos. La han cifrado en 9.087 Km3/año, que representa algo menos del 10% de la precipitación anual. Pero lo más llamativo es que valoran el consumo de agua procedente de los ríos, lagos y acuíferos (huella azul) en 1.025 Km3/año, que es la cuarta parte del agua total extraída (3.800 Km3/año) según la FAO. Esto quiere decir que el agua verdaderamente consumida (evaporada) tan sólo es una cuarta parte de la extraída (utilizada) y que las tres cuartas partes restantes son devueltas a las fuentes tras su utilización. Da la razón a quienes subrayan la diferencia entre “extracción” y “consumo” así como la importancia de los “retornos”, que es el agua devuelta, más o menos contaminada, al sistema hidrológico tras el uso. También sirve de apoyo a quienes advierten el desenfoque de la “crisis del agua”, afirmando que no es un problema de escasez sino de contaminación y falta de inversión.

Los resultados de Hoekstra & Makonnen permiten extraer otro hecho crucial: el consumo de agua del regadío, que aporta el 40% de la producción, tan sólo representa el 12% del agua consumida por la agricultura mundial. Cabe concluir, por tanto, que el regadío es mucho más eficiente que el secano en el uso del agua.

De todas las necesidades humanas, la más exigente en agua es la alimentación. Hacen falta unos 5 litros diarios para beber. Otros 50 litros más para la higiene personal y no más de 200 litros por persona y día para los servicios urbanos y la industria. Sin embargo, para producir la comida diaria requerida por una persona se necesitan 3.000 litros de agua. No es casual, por tanto, que la agricultura sea la principal responsable de la huella hídrica (92%) y de la extracción de agua (70%). No es un problema de derroche; es achacable a la fotosíntesis, un proceso fundamental para la vida que produce biomasa a partir de CO2, luz y mucha, mucha agua: entre 300 y 600 moléculas de H2O para obtener una sola molécula de glucosa.

La política vigente del agua persigue el ahorro y su asignación prioritaria al medio ambiente, en detrimento de la agricultura. Organizaciones como WWF vienen pidiendo desde hace años que se impidan nuevos desvíos de agua hacia la agricultura (Kioto, 2003) ó que se retire el apoyo público al regadío (Ginebra, 2006). La Comisión Europea ha atendido estas peticiones. Prueba de ello es que retiró el apoyo financiero a la creación de regadíos en los Programas de Desarrollo Rural (2007-2013) y propone condicionar el apoyo a la modernización a la reducción del agua utilizada, al menos un 25%, en la programación 2014-2020.

La política del agua, así como la del regadío, incurre en un doble el error. Por un lado, al no distinguir entre extracción y consumo no considera la reutilización de los retornos, que no son verdaderas pérdidas ya que se incorporan al sistema hidrológico para nuevos usos, incluido el ambiental. Consecuentemente, se infravalora la eficiencia real del agua de riego, que siempre es mayor para las cuencas que para las fincas de riego, y se  sobrevalora el potencial de ahorro atribuido a la mejora de los sistemas de riego. Por otro lado, al rechazar la creación de regadíos y obviar que el secano consume agua de forma particularmente ineficiente, renuncia a una importante vía de ahorro de agua.

No hay que equivocarse. Ampliar el regadío no sólo es esencial para mejorar la productividad, la economía rural y la seguridad alimentaria, también lo es para el uso eficiente del agua en un contexto mundial que exige duplicar la producción de alimentos. La cuestión es dónde localizar los nuevos regadíos, un complejo problema cuya solución no sólo es cuestión de eficiencia sino, sobre todo, de equidad y justicia social, y por tanto, de “Política”.

Las Comunidades de Regantes y las Confederaciones Hidrográficas, una aportación netamente española, son parte esencial de la solución institucional para la gestión eficiente del agua de riego, que es un bien económico de naturaleza comunal y no privado ni público.

Ponencia de J. Olona en la Jornada Técnica sobre la Modernización del Regadío en la Comunidad V de Bardenas. Ejea de los Caballeros, 6 de Octubre de 2012.

Descargar ponencia pdf.