ELINOR OSTROM SUGIERE QUE LA ECONOMÍA Y LA POLÍTICA HARÍAN BIEN EN INDAGAR, CON LA PROFUNDIDAD Y MEDIOS ADECUADOS, EN EL PATRIMONIO CULTURAL Y SOCIAL DEL MUNDO RURAL.
Nunca han faltado, ni faltan, quienes han augurado toda clase de fatalidades como consecuencia del agotamiento de los recursos naturales. El primero en hacerlo formalmente fue Thomas Robert Malthus, quien en 1798 anunció que la agricultura no sería capaz de dar respuesta al crecimiento de la población. Otro, más reciente, fue Garret Hardin quien, en 1968, publicó en Science el artículo “La tragedia de los comunes”. En él afirmaba, nada más y nada menos, que la libertad reproductiva humana es intolerable porque conduce a la ruina colectiva a través de la sobrepoblación. En tiempos de Malthus el mundo tenía 850 millones de habitantes y cuando el artículo de Hardin, unos 3.500 millones. Pronto seremos 7.000 millones y por suerte, al menos de momento, los hechos no han dado la razón a ninguno de los dos.
En realidad, “la tragedia de los comunes” fue una parábola que formuló en 1833el matemático William Foster Lloyd. Con ella rebatía la idea de Adam Smith de que cuando cada individuo actúa en su propio beneficio está contribuyendo al interés colectivo. Un pastor que aprovechaba unos pastos comunales decidió añadir a su rebaño una oveja entendiendo que su beneficio no ocasionaría perjuicios perceptibles (…total, por una oveja más…). Así, de una en una, fue añadiendo ovejas al rebaño. Los demás pastores hicieron lo mismo. El aumento de las ovejas, de una en una, llevó finalmente al agotamiento de los pastos, a la pérdida de todas las ovejas, que murieron de hambre, y a la desaparición de la sociedad pastoril.
A pesar de su aparente ingenuidad, el cuento ha motivado una profunda reflexión en la que Elinor Ostrom ha destacado hasta el punto de convertirse en la primera mujer en obtener el Nóbel de Economía. A partir de numerosos estudios de casos concluye que los bienes comunes no siempre acaban en tragedia. Identifica casos cuyo éxito, que no se explica por el análisis económico convencional, lo atribuye al funcionamiento eficaz de instituciones tradicionales, que son ajenas al mercado y al Estado. Dichas instituciones demuestran su capacidad para resolver dilemas derivados de conflictos de interés así como para garantizar el buen estado y conservación de los recursos. En España tenemos abundantes ejemplos: Comunidades de Regantes, Montes y Pastos Comunales, Cofradías de Pescadores y otras figuras similares.
El trabajo de Ostrom muestra que podría existir una tercera vía, además de las dos habitualmente presentadas como únicas: el mercado y el Estado. Sin embargo, por asociarse con fórmulas ancestrales, rurales e inaccesibles a los análisis convencionales, permanece invisible e inexplorada, cuando no despreciada. Son normas y costumbres locales, supervisadas por los propios interesados y basadas en la cultura y el conocimiento tradicional acumulado por generaciones. Sólo si se analizan de forma adecuada, Ostrom lo ha hecho aplicando la Teoría de Juegos, muestran su capacidad para la gestión eficiente de recursos tan complejos como el agua, los bosques o la biodiversidad.
Al igual que la investigación biomédica busca remedios en la biodiversidad, el trabajo de Ostrom sugiere que la economía y la política harían bien en indagar, con la profundidad y medios adecuados, en el patrimonio cultural y social del mundo rural, que puede ofrecer soluciones verdaderamente sorprendentes.
ELINOR OSTROM SUGIERE QUE LA ECONOMÍA Y LA POLÍTICA HARÍAN BIEN EN INDAGAR, CON LA PROFUNDIDAD Y MEDIOS ADECUADOS, EN EL PATRIMONIO CULTURAL Y SOCIAL DEL MUNDO RURAL.
Nunca han faltado, ni faltan, quienes han augurado toda clase de fatalidades como consecuencia del agotamiento de los recursos naturales. El primero en hacerlo formalmente fue Thomas Robert Malthus, quien en 1798 anunció que la agricultura no sería capaz de dar respuesta al crecimiento de la población. Otro, más reciente, fue Garret Hardin quien, en 1968, publicó en Science el artículo “La tragedia de los comunes”. En él afirmaba, nada más y nada menos, que la libertad reproductiva humana es intolerable porque conduce a la ruina colectiva a través de la sobrepoblación. En tiempos de Malthus el mundo tenía 850 millones de habitantes y cuando el artículo de Hardin, unos 3.500 millones. Pronto seremos 7.000 millones y por suerte, al menos de momento, los hechos no han dado la razón a ninguno de los dos.
En realidad, “la tragedia de los comunes” fue una parábola que formuló en 1833el matemático William Foster Lloyd. Con ella rebatía la idea de Adam Smith de que cuando cada individuo actúa en su propio beneficio está contribuyendo al interés colectivo. Un pastor que aprovechaba unos pastos comunales decidió añadir a su rebaño una oveja entendiendo que su beneficio no ocasionaría perjuicios perceptibles (…total, por una oveja más…). Así, de una en una, fue añadiendo ovejas al rebaño. Los demás pastores hicieron lo mismo. El aumento de las ovejas, de una en una, llevó finalmente al agotamiento de los pastos, a la pérdida de todas las ovejas, que murieron de hambre, y a la desaparición de la sociedad pastoril.
A pesar de su aparente ingenuidad, el cuento ha motivado una profunda reflexión en la que Elinor Ostrom ha destacado hasta el punto de convertirse en la primera mujer en obtener el Nóbel de Economía. A partir de numerosos estudios de casos concluye que los bienes comunes no siempre acaban en tragedia. Identifica casos cuyo éxito, que no se explica por el análisis económico convencional, lo atribuye al funcionamiento eficaz de instituciones tradicionales, que son ajenas al mercado y al Estado. Dichas instituciones demuestran su capacidad para resolver dilemas derivados de conflictos de interés así como para garantizar el buen estado y conservación de los recursos. En España tenemos abundantes ejemplos: Comunidades de Regantes, Montes y Pastos Comunales, Cofradías de Pescadores y otras figuras similares.
El trabajo de Ostrom muestra que podría existir una tercera vía, además de las dos habitualmente presentadas como únicas: el mercado y el Estado. Sin embargo, por asociarse con fórmulas ancestrales, rurales e inaccesibles a los análisis convencionales, permanece invisible e inexplorada, cuando no despreciada. Son normas y costumbres locales, supervisadas por los propios interesados y basadas en la cultura y el conocimiento tradicional acumulado por generaciones. Sólo si se analizan de forma adecuada, Ostrom lo ha hecho aplicando la Teoría de Juegos, muestran su capacidad para la gestión eficiente de recursos tan complejos como el agua, los bosques o la biodiversidad.
Al igual que la investigación biomédica busca remedios en la biodiversidad, el trabajo de Ostrom sugiere que la economía y la política harían bien en indagar, con la profundidad y medios adecuados, en el patrimonio cultural y social del mundo rural, que puede ofrecer soluciones verdaderamente sorprendentes.