La agricultura, a través del regadío, es la responsable del principal uso del agua en el mundo. Como consecuencia de ello tiende a atribuirse a los agricultores costes y calificativos que no suelen corresponderles
La Huella Hídrica intenta valorar la cantidad total de agua necesaria para producir los bienes y servicios consumidos en un país o región. El agua que utilizamos realmente no sólo es la que bebemos o empleamos para lavar, limpiar, regar o generar energía. A estos usos directos del agua hay que añadir otros de carácter indirecto. Es raro el producto o servicio que no requiere agua para producirlo. Así, cuando consumimos prácticamente cualquier bien, también consumimos, indirectamente, el agua que se ha utilizado para obtenerlo.
Los usos indirectos hacen que las cuentas del agua no sean tan fáciles de hacer como pudiera parecer. Todavía se complican más si se tiene en cuenta que ni todo se produce donde se consume, ni todo se consume donde se produce. Importar o exportar es una forma de transferir recursos, incluido el agua, de un sitio a otro. Así con la importación y exportación de alimentos se transfieren también los volúmenes ingentes de agua imprescindibles para obtenerlos. El agua necesaria para producir kiwis en Nueva Zelanda o soja y maíz en Estados Unidos se utiliza directamente en dichos países pero, a través de las exportaciones, termina consumiéndose, indirectamente, en muchos otros sitios. Lo mismo que las frutas, hortalizas, cereales o forrrajes producidos en nuestros regadíos, que utilizan el agua de la Cuenca del Ebro pero que, en su mayor parte, terminan consumiéndose fuera de ella.
Según un artículo publicado en el nº 3.514 de la Revista de Obras Públicas, si nos limitamos a dividir el volumen total de agua directamente utilizada en Aragón entre el nº de aragoneses resulta que cada aragonés utiliza, anualmente, 4.428 m3 de agua. Si hacemos la misma cuenta para la Comunidad de Madrid y los madrileños, resulta que cada madrileño tan sólo utiliza 280 m3 anuales. A primera vista podría parecer, por tanto, que los aragoneses gastamos muchísima más agua que los madrileños ¿Es esto cierto? En absoluto. Si se hacen bien las cuentas y se calcula la Huella Hídrica, resulta que los aragoneses gastamos, incluso, menos agua (2.120 m3/habitante y año) que los madrileños (2.575 m3/ habitante y año).
Igual que no es cierto que Aragón, productor de alimentos (también hidroelectricidad) que se consumen fuera de la región, gaste más agua que los demás, tampoco lo es que los agricultores, por producir alimentos para otros, gasten más agua que los demás ciudadanos. Como ellos mismos insisten en decir, los regantes no gastan el agua, tan sólo la utilizan en sus campos para producir alimentos, que junto con otros bienes y servicios, consumimos todos.
En realidad, el agua no la gasta nadie, sino que la usamos todos. Con independencia de dónde y quién la use, el agua termina volviendo siempre a los ríos, a los acuíferos, a la atmósfera o al mar incorporándose, sin cesar, al ciclo hidrológico. Otra cosa diferente es cómo, cuánto y quiénes la contaminan al utilizarla o cuánto y quiénes deben pagar por limpiarla.
La agricultura, a través del regadío, es la responsable del principal uso del agua en el mundo. Como consecuencia de ello tiende a atribuirse a los agricultores costes y calificativos que no suelen corresponderles
La Huella Hídrica intenta valorar la cantidad total de agua necesaria para producir los bienes y servicios consumidos en un país o región. El agua que utilizamos realmente no sólo es la que bebemos o empleamos para lavar, limpiar, regar o generar energía. A estos usos directos del agua hay que añadir otros de carácter indirecto. Es raro el producto o servicio que no requiere agua para producirlo. Así, cuando consumimos prácticamente cualquier bien, también consumimos, indirectamente, el agua que se ha utilizado para obtenerlo.
Los usos indirectos hacen que las cuentas del agua no sean tan fáciles de hacer como pudiera parecer. Todavía se complican más si se tiene en cuenta que ni todo se produce donde se consume, ni todo se consume donde se produce. Importar o exportar es una forma de transferir recursos, incluido el agua, de un sitio a otro. Así con la importación y exportación de alimentos se transfieren también los volúmenes ingentes de agua imprescindibles para obtenerlos. El agua necesaria para producir kiwis en Nueva Zelanda o soja y maíz en Estados Unidos se utiliza directamente en dichos países pero, a través de las exportaciones, termina consumiéndose, indirectamente, en muchos otros sitios. Lo mismo que las frutas, hortalizas, cereales o forrrajes producidos en nuestros regadíos, que utilizan el agua de la Cuenca del Ebro pero que, en su mayor parte, terminan consumiéndose fuera de ella.
Según un artículo publicado en el nº 3.514 de la Revista de Obras Públicas, si nos limitamos a dividir el volumen total de agua directamente utilizada en Aragón entre el nº de aragoneses resulta que cada aragonés utiliza, anualmente, 4.428 m3 de agua. Si hacemos la misma cuenta para la Comunidad de Madrid y los madrileños, resulta que cada madrileño tan sólo utiliza 280 m3 anuales. A primera vista podría parecer, por tanto, que los aragoneses gastamos muchísima más agua que los madrileños ¿Es esto cierto? En absoluto. Si se hacen bien las cuentas y se calcula la Huella Hídrica, resulta que los aragoneses gastamos, incluso, menos agua (2.120 m3/habitante y año) que los madrileños (2.575 m3/ habitante y año).
Igual que no es cierto que Aragón, productor de alimentos (también hidroelectricidad) que se consumen fuera de la región, gaste más agua que los demás, tampoco lo es que los agricultores, por producir alimentos para otros, gasten más agua que los demás ciudadanos. Como ellos mismos insisten en decir, los regantes no gastan el agua, tan sólo la utilizan en sus campos para producir alimentos, que junto con otros bienes y servicios, consumimos todos.
En realidad, el agua no la gasta nadie, sino que la usamos todos. Con independencia de dónde y quién la use, el agua termina volviendo siempre a los ríos, a los acuíferos, a la atmósfera o al mar incorporándose, sin cesar, al ciclo hidrológico. Otra cosa diferente es cómo, cuánto y quiénes la contaminan al utilizarla o cuánto y quiénes deben pagar por limpiarla.