Han pasado 10 años desde que Naciones Unidas fijó la erradicación de la pobreza y del hambre como Primer Objetivo del Milenio. Faltan menos de 5 para el plazo fijado y todo indica que no se logrará. El  número de hambrientos no para de aumentar.

Las organizaciones internacionales insisten en su llamada de atención sobre el problema alimentario. Robert Zoellick, presidente del Banco Mundial, ha manifestado que el aumento de precios de los alimentos básicos amenaza el crecimiento y la estabilidad social en todo el mundo, porque son los países y las personas pobres quienes sufren más gravemente las consecuencias. La FAO advierte que, para atender las necesidades alimentarias en el 2050, la producción actual de alimentos deberá aumentar un 70%. La OCDE ha propuesto una agenda política para hacer frente a los enormes retos y desafíos de la humanidad en el horizonte de 2030, el alimentario entre ellos, mediante la “bioeconomía”. La Comisión Europea, en relación con la Reforma de la PAC, ya ha señalado que los europeos debemos contribuir a satisfacer el aumento de la demanda mundial de alimentos.

Existe acuerdo global sobre la necesidad de aumentar la producción alimentaria mundial. Sin embargo, a escala local, no se adoptan las medidas necesarias. En nuestro caso, ampliar y mejorar el regadío. Porque el potencial agroalimentario aragonés depende de los regadíos. Pero para completar los planes de riego pendientes debe ampliarse el consenso social y político hasta ahora logrado, que se muestra insuficiente en cuanto aparecen los problemas. Los embalses disponibles no aportan el agua que necesitan los planes vigentes de creación y mejora de regadíos. Para abastecerlos hacen falta más embalses, como recoge el Pacto del Agua. El embalse de Bisacarrués está entre ellos.

La idea de ahorrar agua y de gestionarla mejor ha permitido avanzar en las políticas del agua y del regadío. Pero el enfoque del ahorro no puede ser el único principio sobre el que fundamentar ninguna de las dos. Ahorrar por ahorrar, sin otro propósito, puede ser tan ineficiente e insostenible como gastar por gastar. La idea del ahorro no puede utilizarse para negar el agua a la agricultura, limitando el regadío y los embalses. El uso sostenible y eficiente del agua de riego no impide, necesariamente, aumentar los volúmenes de agua utilizados, que es imprescindible para producir más alimentos. Lo mismo que de la mejora de la productividad del trabajo no cabe esperar que aumente el paro, tampoco debe esperarse que la modernización del regadío genere sobrantes de agua. El regadío aragonés, que está en la vanguardia tecnológica mundial, no necesita menos agua, necesita más, lo que exige aumentar la regulación disponible. Nuestros regantes no son ineficientes, ni codiciosos, ni se quedan con el agua. Ocurre que la naturaleza no sabe fabricar alimentos con poca agua; nuestros secanos, por ejemplo,  necesitan 2.000 litros de lluvia para producir un kilo de trigo.

Es bien sabido que el reparto del agua, entre usos y usuarios, es causa secular de conflictos. No se trata de ahorrar ni de gastar, sino de proporcionar el agua que se necesita, exigiendo el buen uso. Incluidos los caudales ecológicos y otros requerimientos ambientales, son más las necesidades que las disponibilidades. Como no existen fórmulas ni recetas, sólo hay un camino: negociación y acuerdo. Pero sin olvidar que, como dijo Joaquín Costa, el agua que no da vida, la quita; y tampoco, que los alimentos forman parte de la esencia de la vida.